El niño Miguel Delibes |
En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones a favor del aborto libre, me han llamado la atención un grito que, como un derecho natural, suelen corear las manifestantes: “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. En principio la exigencia parece razonable, y así sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. (...)
Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que reclaman hoy sus recurrentes madres.
En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista abortista. Para el nuevo progresista todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, imputación que deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo se sostenía en un trípode muy simple: apoyo al débil, pacifismo y no violencia. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos, por los débiles (...)
Más, de pronto, surgió en el mundo el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto es o no persona, y, ante una cosa así, tan imprevista, el progresismo vaciló. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y políticamente resulta irrelevante.
(Miguel Delibes, Pegar la hebra).